El petroleo bajo de precio

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viernes, 8 de agosto de 2014

Moisés Pinzón Martínez: Filosofía de la guerra y la paz

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 Filosofía de la Guerra  y de la Paz

La Prensa, 22 de abril de 2003 / además es un capitulo del libro "EL DIPUTADO o la muerte del príncipe"

«No sé cómo será la tercera guerra mundial;
pero la cuarta será con piedras.»
            Einstein.

            Por milenios el desarrollo de la humanidad estuvo determinado por el robo, la esclavitud, el asesinato, a partir de la «primera división del trabajo», que tuvo lugar en el momento en que el hombre aprendió a sembrar. Desde entonces nunca una guerra ha sido justa y los que la inician jamás lo han hecho para beneficio de los agredidos.

            Desde muchos siglos antes de Nabucodonosor, pasando por Carlo Magno, los Césares, las dinastías europeas y orientales, hasta  nuestros días, con  Reagan y Bush, esta realidad ha sido invariablemente así. Los que se defendieron ayer y hoy, crearon y crean, poco a poco, la filosofía de la paz, la solidaridad y la dignidad para la humanidad. Pero en ese proceso de defenderse adquirieron el desarrollo y la fortaleza, que rápidamente les permitió convertirse en agresores.

            El pensamiento Cristiano pudo desarrollarse en magnitudes revolucionarias porque nació del seno de un pueblo, como el israelí, que por su tamaño siempre fue agredido y en su defensa nunca pudieron liquidar a sus grupos sociales de dirección política y religiosa. Fueron esclavizados por los más grandes imperios de la época (los babilonios, los persas, los egipcios, los romanos.) Después que Roma los condenó, nuevamente, a vagar por el mundo (70 d.C), desde entonces fueron humillados y reprimidos por muchos gobiernos de países donde compartían su habitad. Esta realidad causó dos efectos: el primero es, que en su primera etapa, hasta el imperio romano, desarrollaron la más hermosa filosofía de vida, de amor, de amistad, de solidaridad. Y segundo: debido a que nunca pudieron tener el tamaño para ser agresores, y habiendo desarrollado excelentes método de defensa de su integridad grupal, dicho pensamiento caló en cada lugar donde vivieron, después de su dispersión por el mundo; lo que causó fue que el humanismo, que irradia su pensamiento religioso, se propagara rápidamente por el mundo occidental.

            Mil ochocientos sesenta y ocho años después que el Procónsul Tito, hijo del emperador romano Vespasiano, destruyera Jerusalén, dando inicio a la «diáspora», vuelven los judíos a tener un territorio definido y un poder económico en el mundo, por su presencia en gran parte de los países. Y por primera vez, después de haber logrado defenderse con éxito en todos los planos, ahora son invasores, cerrando el círculo del desarrollo. Nos referimos a la fundación del Estado Israelí en 1948.

            En este periodo tan largo que narramos, la guerra siempre fue un motor del desarrollo. El saqueo permitía la acumulación de riquezas necesarias para impulsarlo; y la acción misma de ataque y de defensa daban origen al ingenio y a la necesidad que forzaba este desarrollo.

            Dos milenios atrás, se calcula que el ejército de las Legiones Romas constituía unos cien mil soldados. Ciro llevó a Atenas un «fabuloso» ejército de cincuenta mil hombres. China, a comienzos de nuestra era, mantenía tropas por medio millón de soldados. Había más muertos por enfermedades y epidemias que por causa de las batallas. Cuando se persigue a los judíos, los muertos eran cifras de decenas. Hace no más de doscientos años, Napoleón fue a Rusia con un ejército de quinientos mil hombres. En todo este tiempo hubo masacres, muertes, robos; sin embargo nunca estos actos deleznables y fatales tuvieron la posibilidad real de acabar con la humanidad.

            Comparemos esas cifras con las de la Segunda Guerra Mundial, en 1940, en donde murieron más de cincuenta y cinco millones de personas; entre ellos, siete millones de judíos y veinticinco millones de rusos. Durante esta guerra fueron asesinados civiles, niños, mujeres, viejos y son destruidas ciudades enteras. Hitler condujo a Rusia un ejército de más de seis millones de soldados desolando, matando, violando; nada distinto a lo que posteriormente hizo el Presidente de EE.UU., Harry S. Truman, en Hiroshima y Nagasaki. Estados Unidos de Norteamérica perdió en esta contienda al rededor de medio millón de soldados, lo que indica que su participación real en esta guerra no correspondió a lo que los medios de publicidad indican.

            Se ha demostrado que ya la filosofía de la guerra dejó su rastro de desolación, muerte y paradójicamente, desarrollo. Sin embargo su continuación, por la magnitud de la catástrofe que crearía, debido a la enorme potencialidad de las armas modernas, representa todo lo contrario, la destrucción de la humanidad. Es por lo que, desde entonces, se han creado organismos y reglas para la «coexistencia pacífica» como la Organización de Naciones Unidad, la Convención de Ginebra, la Corte Internacional de la Haya, entre otras, que vienen actuando en la búsqueda de un camino en el que la tolerancia y el consenso sean la vía por donde transite el desarrollo en la nueva época; y las fuerzas que la impulsen sean los procesos de cooperación, solidaridad y de competencia pacifica, producto del desarrollo cultural y social.

            Desde entonces han habido, ciertamente, muchas guerras, y acciones dirigidas a controlar  gobiernos y saquear naciones. Pero estos actos han nacido del propio seno de los pueblos, indiscutiblemente financiados, asesorados y apoyados por gobiernos foráneos. Ejemplo es el caso de Corea donde los EE.UU. entran en combate luego que un gobierno local, no importa si es legítimo o no, pide ayuda. Lo mismo sucedió con Vietnam. En el caso de las dictaduras, al margen de si es justa o no, son el resultado del nivel de evolución cultural de sus pueblos; ejemplo es Chile, no hay duda que el dictador Pinochet, con el  asesoramiento y miles de millones de dólares proporcionados por los EE.UU., asesino a miles de personas, fueron exilados millones de chilenos y liquidó al presidente constitucional Salvador Allende; sin embargo, es un proceso que surge de su propio pueblo y de la capacidad de los mismos en el manejo de sus fuerzas internas.

            La invasión de Iraq a Kuwait es un acto que no corresponde a la filosofía de la nueva época y fue rápidamente suprimida con la acción decidida de las Naciones Unidas. Los enfrentamientos se dieron en el desierto donde no había civiles.

            Y usted preguntará: ¿pero los soldados también son personas? Y le contestaré: Cuando ingresamos a una universidad a estudiar una carrera, que se entiende es productiva, al terminar, nuestra profesión sería la de economistas, biólogos, técnicos; por cuanto al ingresar a un ejercito es claramente un adiestramiento para la muerte, lo que quiere decir que la profesión de sus miembros es la de «Asesinos». Están ahí para morir o matar; lastimosamente, los que, por necesidad, acaban engrosando estos cuerpos, no son los que finalmente se benefician de la sangre derramada. Muy distinto es un «Cuerpo de Defensa» que es lo que se intenta desarrollar en la nueva era junto a la policía y los departamentos de investigación cuyo papel es el de proteger a la sociedad.

            La Guerra que el presidente George Bush de los EE.UU. declara a Iraq en marzo del 2003, en donde el Primer Ministro de Inglaterra, Tony Blair, actúa como jefe de Relaciones Exteriores de la misma y  José María Asnar, de España, como su ayudante, rompe con todas las expectativas hasta ahora trazadas y que lentamente estaban teniendo éxito, en búsqueda de la paz y el progreso social de la humanidad. Ningún grupo social con algún nivel de representatividad en Iraq la pidió; no hay, previo, ninguna sublevación ni mucho menos tiene la aprobación de la ONU ni de su Consejo de Seguridad. Este acto, desde el punto de vista de la geopolítica de los invasores, no se diferencia en nada a lo realizado por el mismo Hussein, hace diez años en contra del pueblo de Kuwait. No se diferencia en nada a la acción de los soldados Franquistas y Hitlerianos en la destrucción total de la población española de Guernica, donde son asesinados mujeres, niños, viejos, profesionales; en fin, no dejaron a nadie ni nada. Ni mucho menos la destrucción, en igualdad de condiciones, de Lídice.

            Y es una gran mentira el afirmar que lo hacen para liberar a dicho pueblo. ¿Quién va a pagar los miles de millones de dólares que cuesta su «liberación»; tanto el costo de la logística militar, como de sus destrozos? ¿Quién va a resucitar a los miles de miles de civiles que morirán y que representa el saldo humano de este atentado a la vida?  Su trascendencia es de tal magnitud, que el Papa Juan Pablo II a pesar de estar enfermo y en edad avanzada, ha tomado enérgicas medidas a favor de la paz, cuyas consecuencias positivas será la luz de este nuevo milenio.

            No hay nadie que no sepa, aunque por intereses diga lo contrario, que es una guerra de saqueo, tan igual a la que hizo Atila, rey de los Hunos, el cual, en sus incursiones desoladoras por las tierras cristianas de Europa, decía «Soy el azote de Dios». O la del pirata Francis Drake, que robó, asesinó y destruyó ciudades, entre ellas Panamá; siendo tan eficiente que lo premiaron con el titulo nobiliario de Sir y los favores especiales de la Reina Isabel de Inglaterra. 

Moisés Pinzón Martínez

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